El error de invadir los dominios del agua
© Jorge Sierra / WWF España
José Luis Gallego Divulgador ambiental @ecogallego
EL ERROR DE INVADIR LOS DOMINIOS DEL AGUA
Los científicos que siguen la evolución del cambio climático nos indican que además de impulsar las acciones de mitigación, como la reducción de las emisiones de gases con efecto invernadero provenientes de la quema de combustibles fósiles, es necesario acelerar las medidas de adaptación. Y una de las más urgentes es retirarnos de los dominios del agua.
Un cometido que se hace especialmente necesario en el área del Mediterráneo, donde los fenómenos meteorológicos extremos, como los causados por las gotas frías o depresiones aisladas en niveles altos de la atmósfera (dana), van a ser cada vez más recurrentes y más violentos. Algo que por desgracia acabamos de comprobar en nuestro país.
La tragedia provocada por la dana, que el pasado 29 de octubre afectó a la Comunidad Valenciana, Castilla-La Mancha y Andalucía, nos ha demostrado hasta qué punto los científicos llevaban razón. La terrible pérdida de vidas humanas y los graves daños causados por las riadas y las inundaciones en las poblaciones de la mitad sur del área metropolitana de Valencia han conmocionado a todo el mundo. Pero más allá del dolor compartido, del apoyo a las víctimas y de las tareas de recuperación de las zonas afectadas, es necesario extraer una enseñanza de lo sucedido.
Ante el más que probable aumento en la periodicidad y la intensidad de fenómenos meteorológicos extremos, urge revisar la planificación urbanística de los territorios más vulnerables y amenazados y emprender las medidas necesarias para que se respeten escrupulosamente las delimitaciones de las zonas inundables. Porque el agua tiene memoria y sabe por dónde se va al mar. Por eso, si no nos retiramos a tiempo de sus dominios, el agua nos desalojará de forma cada vez más violenta, con crecidas y avenidas cada vez más súbitas, y a medida que el cambio climático avance hacia los peores escenarios, su fuerza será tal que no habrá mota, dique, ni muro de contención que logren detenerla.
En España no se respeta el dominio público hidráulico. Se han instalado decenas de miles de construcciones en pleno cauce del río, en su ribera, en los cinco metros de zona de servidumbre, en los cien metros de zona de policía y en los márgenes que delimitan la zona inundable. Allí donde la naturaleza había dispuesto sus propios mecanismos de defensa para contener la violencia de las aguas sobrevenidas, como los bosques de ribera o las praderas inundables, hemos talado árboles, pavimentado suelos y cubierto cauces para asentar nuestras construcciones.
Estamos hablando de bloques de viviendas, granjas, escuelas, centros comerciales, polideportivos, industrias, parkings y todo tipo de infraestructuras. Las organizaciones ecologistas llevan años alertando de su existencia y denunciando que su presencia en los dominios del agua no solo vulnera la ley, sino que supone un grave riesgo para todos en caso de crecidas. Como tristemente y dolorosamente acabamos de comprobar en Valencia.
Calles cubiertas de lodo, garajes convertidos en trampas mortales, viviendas inundadas, con los enseres amontonados en la puerta y los coches amontonados unos sobre otros. Calles que en realidad eran una rambla, un torrente, una riera: calles que eran antes el camino del agua y por donde el agua ha hecho camino.
La Directiva sobre Gestión de los riesgos de inundación de la Unión Europea establece que “aunque las inundaciones son fenómenos naturales que no se pueden prevenir totalmente, la actividad humana está aumentando la probabilidad de que se produzcan y su impacto y la escala de los daños se incrementarán en el futuro a consecuencia del cambio climático”.
Y el procedimiento correcto para hacer frente a esta situación no pasa por construir más infraestructuras de contención, sino por respetar los dominios hidráulicos y aplicar soluciones basadas en la naturaleza. La naturaleza es nuestra principal aliada para minimizar los daños causados por las grandes trombas de agua provocadas por las tradicionales gotas frías. Un fenómeno que, si bien ha caracterizado desde siempre al clima mediterráneo, va a cursar con precipitaciones cada vez más violentas y recurrentes como consecuencia del cambio climático.
Tras el dolor compartido y la reparación de los daños, haríamos bien en tomar buena nota de lo ocurrido en Valencia. Porque no ha sido una catástrofe natural, sino una catástrofe provocada por el hombre. Hemos aprendido que desahuciar a la naturaleza de los cauces ha multiplicado la velocidad, la violencia y la capacidad destructiva de las aguas. Que es urgente reordenar el dominio público hidráulico y liberar de obstáculos a los cauces de los ríos, rieras, ramblas y barrancos. Y que por muy “dormidos” que parezcan, la memoria del agua es eterna y volverá a discurrir por ellos con caudales nunca imaginables.
Hemos aprendido por último que fue un error invadir los dominios del agua. Un error que debemos enmendar, por complejo y costoso que resulte.