Por el futuro del campo y la naturaleza

© Ola Jennersten / WWF Suecia

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El sector primario en nuestro país acarrea ya muchas crisis sobre sus espaldas. A los efectos de la pandemia y la guerra de Ucrania se ha sumado el efecto de la sequía, agravado por el maltrato a ríos y acuíferos, especialmente duro para los pastos y los cultivos de secano. Quienes producen alimentos de forma respetuosa con las personas y la naturaleza lo tienen cada vez más difícil para mantenerse a flote y vivir con dignidad en sus pueblos.

EL CAMPO EN LA ENCRUCIJADA

Las personas que trabajan en el campo juegan en una partida en la que las cartas están marcadas. Las prácticas desleales en la cadena alimentaria hacen que, incluso con la subida imparable del precio de los alimentos, los productores y productoras sigan sin recibir un precio justo por sus cosechas. Deben competir con producciones industriales low cost e importaciones agrarias que no cumplen las mismas normas de sostenibilidad, salud, bienestar animal y seguridad que las vigentes en la Unión Europea.

Y, por si fuera poco, la financiación pública se olvida de la agricultura y ganadería ecológica familiar, las fincas de mayor valor natural y social. El 20 % de las grandes explotaciones, en muchos casos empresas agrarias industriales a gran escala, recibe el 80 % de los pagos directos de la Política Agraria Común (PAC).

Partimos de un sistema agroalimentario cada vez más global, más complejo y más frágil. Un sistema que exige producir cada vez más para sobrevivir, aunque un tercio de los alimentos acabe en la basura. Y que atrapa a la mayoría de productores en un modelo de agricultura y ganadería industrializada basada en combustibles fósiles e insumos químicos, como los fertilizantes y plaguicidas, productos que impactan sobre la salud y tienen costes crecientes que se comen sus escasos márgenes.

© Ofelia de Pablo y Javier Zurita-WWF
Ganaderas revisando lana recién esquilada.
© Jorge Sierra
Apicultor comprobando un panal.
© Jorge Sierra / WWF España
Productor de naranjas ecológicas.

UNA FALSA DICOTOMÍA

Conservar y recuperar los ecosistemas y adaptarse al cambio climático es cuestión de supervivencia, porque no se puede producir alimentos al margen de la naturaleza.

Lo saben los ganaderos y ganaderas en extensivo de las dehesas, que contemplan cómo el desierto avanza sin tregua. La aridez ha aumentado en el 84 % de la superficie de España y solo ha disminuido en el 16 %, según el último estudio de la desertificación en España elaborado por la Estación Experimental de Zonas Áridas del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).

Lo saben las personas que cultivan con mimo los olivares de montaña o naranjales ecológicos, manteniendo las cubiertas vegetales para proteger el suelo y retener más agua, que ya solo sabe caer a mares. Según datos oficiales, el riesgo de erosión severa afecta a la mitad de las explotaciones solicitantes de la PAC: en parte de su superficie, se pierden cada año hasta 25 toneladas de suelo fértil.

Y lo saben también los productores que no quieren seguir convirtiendo sus campos de cultivo en desiertos de vida ni depender de la industria química, y han dado el paso para reducir o eliminar por completo el empleo de plaguicidas sintéticos. Su uso desmedido es una de las causas fundamentales de que las poblaciones europeas de abejorros y mariposas se hayan reducido en casi un 30 % en solo treinta años, entre otras muchas señales de alarma que lanza la biodiversidad de los campos.

© Jesús Quintano
A la hora de controlar las plagas agrícolas, no hay nada que iguale la eficacia de erizos, mantis o mariquitas, entre otros muchos aliados naturales de la agricultura.
© Jesús Quintano
Mantis.
© Jesús Quintano
Erizo

LA TRANSICIÓN QUE YA ESTÁ EN MARCHA

Los pastos y las tierras de cultivo ocupan la mitad del territorio español, más de 23 millones de hectáreas de superficie agraria útil entre la que se cuentan algunos de los paisajes que mejor representan la relación armoniosa entre los seres humanos y la naturaleza: las dehesas o los alcornocales donde campean cerdos ibéricos y linces, las estepas cerealistas de secano que cobijan avutardas y sisones, o los pastos de montaña que alimentan al quebrantahuesos.

En WWF llevamos mucho tiempo trabajando para que se reconozca y recompense la labor de quienes cuidan cada día de esos paisajes. También ensuciándonos las manos de tierra, en el campo, acompañando a agricultores y ganaderos para desarrollar ejemplos de buenas prácticas que conjuguen la sostenibilidad con la rentabilidad de sus explotaciones y aprendiendo de ellos, día a día.

Por ejemplo, dando la vuelta al modelo convencional de producción agrícola, que no es viable a largo plazo ni para los productores, ni para los consumidores, ni para la naturaleza. Por eso decidimos poner el foco en un cultivo simbólico, los cítricos, que pese a su carácter tradicional se está expandiendo con un gran consumo de agua y agroquímicos. Estamos trabajando con 26 fincas situadas en el valle del Guadalquivir, Huelva, Valencia, Castellón y Tarragona que han empezado a cultivar naranjas y mandarinas llenas de vida. Como parte del proyecto ZITRUS, una alianza de WWF con el supermercado alemán EDEKA, les asesoramos para utilizar las mejores prácticas del campo a la mesa, cuidando a las especies que viven en los naranjales, y minimizando su huella sobre el agua y los recursos naturales.

Pero no nos quedamos ahí: también probamos las medidas más eficaces para que el arbolado pueda renovarse en las dehesas, recuperamos charcas para anfibios y cubiertas vegetales en los olivares de montaña de Les Garrigues, donde nuestros colegas de TRENCA producen su aceite Salvatge; o colocamos posaderos y cajas nido en los campos de Castilla en colaboración con GREFA, para que sean los cernícalos y las lechuzas quienes mantengan a raya a especies potencialmente plagas como el topillo campesino: los costes de aplicar rodenticidas, con graves efectos colaterales para la biodiversidad, pueden ser hasta 20 veces superiores a instalar una caja nido.

Naranjas y mandarinas llenas de vida

Trabajamos con 26 fincas de cultivo de naranjas y mandarinas en distintas zonas del país: valle del Guadalquivir, Huelva, Valencia, Castellón y Tarragona. Damos asesoramiento para utilizar las mejores prácticas del campo a la mesa, cuidando a las especies que viven en los naranjales y minimizando la huella sobre el agua y los recursos naturales.

Foto: © Jorge Sierra / WWF España

Olivares de montaña

Colaboramos con TRENCA en la recuperación de charcas para anfibios y cubiertas vegetales en los olivares de montaña de Les Garrigues, donde nuestros colegas producen su aceite Salvatge.

Foto: © Fundación TRENCA

Cajas nido contra rodenticidas

Junto con GREFA, colocamos posaderos y cajas nido en los campos de Castilla para que cernícalos y lechuzas controlen a especies potencialmente plagas como el topillo campesino: los costes de aplicar rodenticidas pueden ser hasta 20 veces superiores a instalar una caja nido.

Foto: © Wild Wonders of Europe / Markus Varesvuo / WWF

FRENTE A LA CRISPACIÓN, PROPUESTAS

Es necesario escuchar las movilizaciones del campo europeo. Pero en WWF nos preocupan las posiciones maximalistas, desde la crispación, que pretenden dar soluciones simples a problemas complejos, como al que nos enfrentamos.

Nuestro compromiso es seguir trabajando por un futuro mejor para el sector agrario y el medio rural, un futuro que aún podemos construir en alianza. Alianzas para consensuar desde todos los ángulos que conforman el sistema alimentario: con organizaciones agrarias, de consumidores, de mujeres rurales, de producción ecológica, sindicales… Es la filosofía del Foro Acción Rural y la coalición Por Otra PAC, dos plataformas en las que participamos desde su origen. En ellas participan personas y organizaciones muy diversas, que se caracterizan por el diálogo y la búsqueda de consensos. Diálogo para imaginar y trazar un modelo respetuoso con la naturaleza, y justo para el campo y sus gentes.

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La transición verde y justa para el campo y sus gentes no puede esperar más.

DEFENDEMOS EL PACTO VERDE EUROPEO

A primeros de febrero, la chispa que saltó en las protestas del sector primario francés se extendió por toda Europa. Con los tractores entrando en ciudades y capitales, desde Berlín hasta Madrid, la Comisión Europea anunció la retirada de la ley para reducir al 50 % el uso y riesgo de plaguicidas en la producción de alimentos. Su presidenta, Ursula von der Leyen, aseguró que esa propuesta, una de las claves del Pacto Verde Europeo para hacer más verde la agricultura, se había convertido en “un símbolo de polarización”.

Una muy mala noticia para las personas y para la naturaleza, pues existen evidencias científicas de sobra acerca del pernicioso efecto de los plaguicidas sobre nuestra salud y la de la biodiversidad.

Esos mismos días, Bruselas dio otro paso atrás y sacrificó la norma para dejar parte de las tierras agrícolas a la naturaleza, uno de los tímidos avances ambientales surgidos en la última reforma de la PAC.

Esta medida implicaba que quienes reciben fondos públicos de la PAC deben dedicar un 4 % de su explotación a las llamadas “superficies no productivas”: simplemente dejar esa tierra sin cultivar, en barbecho, o recuperar refugios para la vida silvestre como muretes de piedra seca o pequeños setos. Es una forma de dejar descansar la tierra para reducir el uso de insumos químicos, de dar alas a los polinizadores y los aliados naturales que controlan las plagas, de convertir las tierras agrícolas en una esponja que retenga agua para resistir sequías e inundaciones, o de prevenir la dramática erosión del suelo.

"Agricultores y ganaderas están pidiendo una retribución justa por producir nuestros alimentos, y tienen razón. Pero al sacrificar cruciales medidas ambientales, los responsables políticos están apuntando en la dirección equivocada, dañando la viabilidad y resiliencia a largo plazo del sector agrario en Europa."

Celsa Peiteado, responsable del Programa de Alimentos de WWF España

Laminar los avances ambientales en nombre del sector agrario supone hipotecar el futuro de los hombres y mujeres del campo. Esas medidas no solo son esenciales para asegurar la salud de las personas y revertir la pérdida de biodiversidad, también son el mejor seguro frente a riesgos climáticos como sequías e inundaciones, cada vez más presentes en el día a día del sector agrario.

Una naturaleza sana es la base de cualquier actividad económica, incluida la producción de alimentos.

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Con tu apoyo seguiremos defendiendo un campo y unos pueblos llenos de vida, y que el bienestar de las personas y de la naturaleza esté en el corazón de las políticas europeas.