El campo, en la encrucijada

© Jorge Sierra / WWF España

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Aún sin reponernos del impacto de la pandemia y de la guerra de Ucrania, también sobre el sector agroalimentario, asistimos a una escalada en el precio de los alimentos, sin que beneficie necesariamente a los agricultores, y de los costes de producción que mantienen en la encrucijada al campo español. Si le sumamos el efecto de la sequía, especialmente sobre secanos y pastos, exacerbada por el maltrato sistemático de la producción agroindustrial a ríos y acuíferos, nos encontramos con la tormenta perfecta para la agricultura y ganadería ecológica familiar. Fincas de alto valor social, que producen alimentos cuidando de la naturaleza, abandonan su actividad por la falta de apoyo público adecuado. Además, rematadas por productos industriales low cost con las que compiten en desigualdad de condiciones en un mercado que prima precio frente a sostenibilidad.

En este panorama, resurgen voces interesadas pidiendo la retirada de las políticas que favorecen la producción sostenible de alimentos, como las del Pacto Verde Europeo. Proponen como solución a los problemas del mundo rural la suicida industrialización agraria, basada en combustibles fósiles, consumo excesivo de agua o materias primas importadas y mano de obra precarizada. Estrategias políticas que aprovechan la desconexión campo-ciudad para aumentar el nivel de crispación social únicamente con fines partidistas, sin ofrecer soluciones reales a la crisis del campo y promulgan un modelo fallido que expulsa a las explotaciones familiares de los pueblos, los hace poco atractivos para vivir y esquilma los recursos naturales afectando a nuestra salud.

Frente a esto, autocrítica, honestidad y compromiso.

Autocrítica para reconocer nuestra impotencia, porque uno de los principios que llevamos por bandera no llegue al conjunto de la sociedad: el de la necesidad de que las personas que trabajan el campo respetuosamente tengan un precio justo por sus producciones y una calidad de vida digna en los pueblos.

Honestidad que pedimos a la clase política para que nos ahorren los mensajes del miedo basados en falsas dicotomías, en especial aquella que promulga que, para salir de la encrucijada actual, hay que escoger entre economía y ecología, como si no fuesen dos caras de una misma moneda. Cualquier actividad socioeconómica, pero especialmente la agricultura y la ganadería, depende del buen estado de los ecosistemas. Conservar el patrimonio natural y adaptarse al cambio climático es una cuestión de supervivencia, no se pueden producir alimentos al margen de la naturaleza.

Y compromiso con seguir trabajando por un futuro mejor para estas fincas que dan vida a nuestros pueblos y que nos permiten ser soberanos en nuestros campos y mesas. Un futuro que aún podemos construir entre todos, en alianza. Alianzas como la que nos lleva en el Foro Acción Rural, desde hace ya una década, a consensuar propuestas de esperanza con organizaciones agrarias, de mujeres rurales o de municipios agroecológicos.

Para cerrar, una última idea, la de volver la mirada a nuestros pueblos y sus gentes. Igual que defendemos la necesidad y valía de nuestro médico de cabecera, apostemos por agricultores y ganaderas ecológicas también “de cabecera”. Entablar con ellos una relación cercana que nos permita conocer su día a día, disfrutar de alimentos sanos y pagar por la comida lo que vale. Y, en última instancia, contar también con un pueblo de cabecera, vivirlo y defenderlo. Si no lo tienes, es el momento de hacerlo y disfrutarlo.