Agua para la naturaleza y las personas

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Cada día somos testigos de los devastadores efectos del cambio climático y la destrucción de la naturaleza. Las olas de calor, los incendios forestales y las inundaciones son ejemplos ya casi cotidianos de un planeta en crisis y a punto de cruzar la delgada línea que nos separa de un futuro cuatro grados más cálido.

El año pasado fue el tercero más seco desde que hay registros y, a pesar del alivio de las últimas lluvias de esta primavera, la falta de agua persiste en muchas zonas de España. Es solo una prueba más de que el aumento de la frecuencia e intensidad de las sequías será a partir de ahora nuestra realidad. Según previsiones oficiales, las precipitaciones se reducirán entre un 2 % y un 4 % de aquí al año 2040 y los recursos hídricos disponibles en las cuencas hidrográficas ya hoy sobrexplotadas caerán entre un 3 % y un 7 %.

Por eso es lamentable comprobar cómo, aún hoy, algunos responsables políticos niegan el problema o proponen afrontar la sequía de forma simplista, construyendo más presas y trasvases para aumentar la oferta de agua aún más, en lugar de adaptar nuestra economía, y especialmente nuestra agricultura, a la evidencia científica que sitúa a la península ibérica como uno de los epicentros del cambio climático a nivel mundial.

Un claro ejemplo de esta ceguera es el nuevo intento de amnistía a los agricultores ilegales del entorno de Doñana, que aumentará aún más la superficie regable a pesar de que el acuífero se encuentra oficialmente sobrexplotado y el Parque Nacional está en estado crítico.

Nuestro actual modelo de gestión del agua es insostenible. Prioriza la agricultura industrial a costa de secar ríos, humedales y acuíferos, ignorando que solo manteniendo estos ecosistemas saludables el ciclo del agua puede funcionar. Por desgracia, los ecosistemas de agua dulce son hoy los más amenazados del planeta y sus poblaciones de animales se han reducido en un 80 %.

Si queremos seguir teniendo agua en el futuro debemos ser generosos con la naturaleza dejándole todo el agua y el espacio que necesita e invertir a gran escala en la restauración de estos ecosistemas estratégicos para la sociedad.

Debemos dejar de afrontar las sequías con medidas excepcionales y urgentes e incorporar los escenarios de cambio climático en todas las decisiones para prevenir los impactos de estos fenómenos extremos antes de que se produzcan. Por ejemplo, con una planificación coherente y una gestión integrada del territorio que favorezca usos del suelo que ayuden a recuperar los ecosistemas de agua dulce, con el cese inmediato de nuevas transformaciones en regadío, con un control exhaustivo del uso del agua y del suelo para cerrar todas aquellas extracciones ilegales que roban el agua de nuestros ríos y acuíferos, o dirigiendo los fondos públicos a cambiar el modelo agrario y de desarrollo rural hacia producciones menos sedientas pero de alto valor natural, como el secano y la ganadería extensiva.

Toda vida necesita agua y no somos quien para utilizarla sin tener en cuenta a los demás seres vivos que también dependen de ella. Sin agua no hay vida: garantizar el agua para la naturaleza es la única manera de asegurar que la naturaleza pueda seguir calmando nuestra sed.