El verano más negro

© Brais Lorenzo

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Las llamas no solo queman bosques, arrastran con ellas los paisajes, los recuerdos y la forma de vida de personas que están cansadas de enfrentarse al despoblamiento y la falta de recursos necesarios.

Apenas está comenzando el mes de agosto y 2022 es ya el año más negro del siglo XXI. Según los últimos datos del Ministerio para la Transición Ecológica, en estos siete meses ya han ardido casi 200.000 hectáreas, una superficie equivalente a la isla de Tenerife. Y lo ha hecho de forma dramática en provincias como Zamora, con dos incendios devastadores que quemaron la Sierra de la Culebra, y la cercana zona de Losacio, que se ha convertido en uno de los peores incendios de estas dos décadas. Las llamas no solo queman bosques, arrastran con ellas los paisajes, los recuerdos y la forma de vida de personas que, muchas veces, están ya cansadas de enfrentarse a los problemas derivados del despoblamiento y de los recursos cada vez más escasos con los que tienen que lidiar. Y pone en serio riesgo la vida de las personas.

Según la Comisión Europea, el 10% de nuestra superficie agraria tiene un riesgo alto o muy alto de abandono por la falta de rentabilidad y a la ausencia de relevo generacional. En total, son unos 2,3 millones de hectáreas, tres veces la superficie de la Comunidad de Madrid. A esto hay que sumar que en la primera década del siglo XXI se perdieron el 23% de las explotaciones agrarias, hasta 2,4 millones de hectáreas. ¿Y qué está pasando en todo ese terreno abandonado? Nada. O la nada. Se conoce como la España Vaciada y en estas semanas estamos viendo las consecuencias de lo que pasa cuando se abandona el territorio.

Desde hace veinte años, en WWF estudiamos la situación de los bosques españoles ante los incendios. En este tiempo hemos analizado la gestión forestal, las medidas de extinción más eficaces, la transformación de los incendios de emergencias ambientales a sociales debido al urbanismo caótico de algunas áreas y no nos hemos cansado de repetir que el cambio climático será cada vez un invitado más habitual de nuestras catástrofes. Temperaturas elevadas, olas de calor más frecuentes, sequías prolongadas y fenómenos como Filomena, que provocó un daño enorme a la vegetación, se suman a la falta de gestión, la pérdida de paisajes diversos y de usos tradicionales y el envejecimiento de la escasa población que aún vive en el medio rural. El resultado son los grandes incendios forestales (donde arden 500 hectáreas o más), imposibles de apagar por los equipos de extinción del país. En lo que llevamos de año ya se han registrado 31 GIF, cuando la media por estas fechas es de 8.

Parece que poco importa que seamos uno de los países con los medios de extinción más eficaces: de hecho, el 70% de los incendios que se producen al año se apagan en fase de conato, cuando no han alcanzado la hectárea. Pero la extinción ya no es suficiente para controlar un elemento tan habitual en los bosques mediterráneos como el fuego. La dura situación que estamos viviendo no va a ser una excepción y por eso el esfuerzo tiene que centrarse en la prevención durante todo el año y en crear paisajes que permitan a los servicios de extinción controlar los incendios forestales con el menor riesgo posible para su integridad.

Desde hace ya mucho tiempo, WWF viene pidiendo a las comunidades autónomas que identifiquen y cartografíen las zonas de alto riesgo de incendio y coordinen esa información con la Administración central. ¿Por qué arden esas zonas? ¿Qué características comunes tienen las áreas de España que tienen más riesgo de sufrir el impacto de las llamas?

Con esa radiografía clara se pueden ir tomando las medidas urgentes y preventivas para apagar los fuegos antes de que se produzcan. Y ya sabemos que hay acciones que pueden ayudar a que los territorios sean más resistentes al fuego y al cambio climático: paisajes diversos, en mosaico, con especies de árboles y arbustos adaptadas a las circunstancias de cada lugar, con actividad tradicional y usos en el monte, como la ganadería extensiva, que ayude a fijar población y a recuperar calidad de vida en los entornos rurales; y gestión forestal sostenible que evite que muchos de nuestros montes dejen de estar abandonados, a la deriva. Esta son algunas de nuestras peticiones del último informe anual sobre incendios, “Pastoreo contra Incendios”, donde desgranamos las opciones de la ganadería extensiva como una de las actividades necesarias para prevenir incendios y conservar el mundo rural.

Como respuesta a esta trágica situación, el Gobierno aprobó en el Consejo de Ministros del 1 de agosto una serie de medidas para mejorar la capacidad de respuesta de los incendios durante todo el año, pero también es urgente una Estrategia Estatal de Gestión Integral de Incendios Forestales en la que se coordinen el Gobierno Central y las comunidades autónomas y que esté basada en las Orientaciones Estratégicas para la Gestión de Incendios aprobadas el pasado 28 de julio en Conferencia Sectorial. Dicha estrategia debe implicar y coordinar todas las políticas sectoriales y contar con las herramientas necesarias, como un cronograma, un presupuesto, indicadores y formas de seguimiento.

Y es que si algo hemos aprendido en estos años es que, si no gestionamos el territorio, los incendios lo harán por nosotros.