Por un futuro para el campo y la biodiversidad

© Paul Rogers / WWF-UK

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Durante los meses de febrero y marzo los tractores han ocupado las calles de Bruselas y de media Europa. No es casualidad que las protestas se produzcan a pocos meses de las elecciones al Parlamento Europeo, lo que explica que las denuncias legítimas del sector (como la subida imparable de los costes de producción y del precio de los alimentos sin beneficiar a los productores) se hayan visto desplazadas por una cascada de exigencias radicales y maximalistas que han convertido a la defensa del medio ambiente, a la Agenda 2030 y al Pacto Verde Europeo en chivos expiatorios y causa de todos los males del campo.

Por desgracia, la Comisión Europea y los Estados miembro han cedido en tiempo récord, dando marcha atrás en los escasos avances ambientales de la Política Agraria Común (PAC). A raíz de las protestas se ha aparcado, por ejemplo, el reglamento comunitario con el que se pretendía reducir a la mitad el uso de plaguicidas en 2030. También se ha renunciado a condicionar la recepción de ayudas públicas de la PAC a prácticas agrarias sostenibles y a establecer la obligación de dejar el 4 % de las parcelas sin cultivar para que descanse la tierra; y, además, se han reducido las inspecciones y controles previstos.

Son medidas miopes, que nada tienen que ver con los problemas reales del campo, que benefician sobre todo a la agricultura más intensiva e industrial y que harán que se agote aún más rápidamente el suelo, el agua y la biodiversidad de la que depende el sector primario.

En un país como España, amenazado por el cambio climático, la sequía y la desertificación, pensar que se puede seguir produciendo alimentos en contra de la naturaleza supone un error monumental, que solo acelerará el desplome de la productividad y el abandono de la actividad, especialmente en las pequeñas explotaciones, precisamente las más vulnerables pero las de mayor valor social y ambiental.

La realidad es que hoy el sistema agroalimentario es cada vez más complejo, global e interdependiente y, a la vez, más vulnerable al cambio climático, las pandemias, los conflictos bélicos o el incremento de los costes. A pesar de ello, el modelo actual insiste en una agricultura y ganadería industriales basadas en combustibles fósiles e insumos químicos, como plaguicidas y fertilizantes, en un consumo excesivo de agua y en el empleo de mano de obra precarizada y de materias primas baratas importadas de terceros países, que no siempre cumplen los mismos requisitos legales que se exigen a nuestras producciones.

Es cierto que el campo se encuentra en una difícil encrucijada, pero de nada sirve culpar de ello a la política ambiental, todo lo contrario: parte de la solución pasa por producir alimentos saludables que respeten el equilibrio natural y por garantizar precios justos y una vida digna y servicios de calidad para el mundo rural que permita el tan necesario relevo generacional. Desde WWF seguiremos trabajando para lograrlo e impulsando un diálogo constructivo, despolitizado y libre de prejuicios, que nos permita asegurar un futuro para el campo y para nuestra biodiversidad.